Antonino Condorelli
PAIDEIA XXI
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nerales, de todo lo que hizo que los
alimentos que ingerí a lo largo de mi
vida llegasen hasta mí, incluyendo
al trabajo de quienes los produjeron
y trajeron a mi mesa, los alimentos
que nutrieron a estas personas, las
generaciones pasadas que hicieron
posible su existencia. Sentí que no
está separado del sol, que sostiene
y hace mi vida posible. Sentí que no
está separado de la historia de las
estrellas, de las galaxias, de los pla-
netas, del aire, del agua, de la tie-
rra, de las rocas, de los reptiles y de
los mamíferos, sentí que toda la vida
orgánica e inorgánica –al final, como
nos dice Atlan (2001), ¿acaso pode-
mos distinguir tan nítidamente lo
que es vivo de lo que no lo es?– que
pulsó, pulsa y un día pulsará en el
universo y en la Tierra es co-respon-
sable por el hecho de que yo esté
exactamente donde me encuentro
en este instante, escribiendo estas
líneas. Mirando con atención plena
hacia mi cuerpo, sin la interferen-
cia de la palabra que al nombrar crea
al objeto separándolo del magma in-
forme de lo real (CYRULNIK, 1999),
percibí que el no existe de por sí: el
«interexiste» (HANH, 2000) con todo
lo demás. Percibí que ninguno de
nosotros simplemente es, que todos
intersomos (HANH, 2000). Experimen-
té en la piel mi naturaleza de ser
global, sentí que no hay separación
entre mi cuerpo y mi mente, mis
pensamientos y mis emociones, mis
aspectos biológicos y mis caracterís-
ticas psicológicas, mis rasgos
neurofisiológicos y mis aspectos
relacionales, sociales, culturales.
Me sentí una realidad unidual
(MORIN, 2003b), que lleva en sí a la
historia del universo, la historia de
la vida en la Tierra y crea y repro-
duce todo el tiempo una «segunda
naturaleza» (MORIN, 2003b), la cul-
tura. Percibí cuán arbitraria es cual-
quier categoría conceptual que nos
descuartiza en pedazos y fragmenta
lo real, qué frágiles fundamentos
epistemológicos poseen nociones
como «lo biológico», «lo psicológico»,
«lo cultural», etc. si concebidas como
entidades independientes una de la
otra, con características ontológicas
inherentes.
Luego intenté observar mi men-
te con atención plena durante cier-
to tiempo, procurando concentrarme
en mis pensamientos, mis emocio-
nes, mis sensaciones y mis percep-
ciones. Pude, poco a poco, percibir más
claramente cómo ellas nacen, se de-
sarrollan y desaparecen, como
interactúan entre sí y como inter-
retroactúan en mí. Percibí, de repen-
te, cuán ilusoria es la idea de un co-
nocimiento que no refleje mis propias
representaciones del mundo, los sis-
temas de significados impregnados
en mí por mi biografía, mi forma-
ción, mis estados bioquímicos y
emotivos (los contingentes y los que
se cristalizaron en configuraciones
sináptico-emocionales permanentes),
las formas a través de las que mi
mente estructura y atribuye sentido
a las informaciones que percibo.
Observando a mi cuerpo y a mi
mente con atención plena durante