Literatura, Historia y Psicología en la obra de E.L. Doctorow
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PAIDEIA XXI
siguiente libro. Su apellido, poco fre-
cuente y de inconfundibles raíces es-
lavas, era causa de que algunos des-
informados lo imaginaran ruso y, al
hacerlo, dejaran de lado la lectura de
sus obras, porque para ellos, después
de Tolstoy, Dostoievski y Pasternak,
todo lo que Rusia pudiera ofrecer en
materia literaria estaba cumplido. Es
probable, asimismo, que su posición
política, de izquierda y contestataria,
fuera causa de la poca prensa propa-
gandística que recibió4.
Sin embargo, sus seguidores valo-
raban en sus libros la recreación de
hechos signicativos de la historia
norteamericana, sazonada por su fér-
til imaginación y trabajada con perse-
verancia hasta forjar personajes cla-
ramente delineados y dotados de una
vida afectiva expuesta con coherencia.
En toda obra literaria los senti-
mientos son la clave. Todo gran litera-
to (Dostoievski por ejemplo, pero tam-
bién Balzac y Flaubert, así como Tols-
toy y, por supuesto, el propio Shakes-
peare) es también un gran psicólogo.
No, ciertamente, un psicólogo con
formación académica y certicaciones
profesionales, sino un imaginativo, in-
cisivo y acertado escudriñador de los
afectos, fantasías, manías y obsesio-
nes que pueblan y dan vida a nuestro
mundo interno.
Por eso, psicólogos y psiquiatras
consideran a muchas novelas y obras
teatrales como verdaderos estudios de
caso. Crimen y castigo estudia en deta-
lle la culpa y el remordimiento; Hamlet
disecciona la indecisión paralizante.
Oblomov, del entre nosotros poco co-
nocido Goncharov, es un adelanto de
lo que hoy los psicólogos llaman pro-
castinación. La muerte de Virgilio, de
Hermann Broch, se concentra en el
momento nal de la existencia.
La fauna humana, en toda su gran-
deza como en toda su miseria y comi-
cidad, ha sido retratada por los litera-
tos de raza. Pícaros (El lazarillo de Tor-
mes), amas de casa enloquecidas (El
diario de Edith, de Patricia Highsmith),
obsesos sexuales (El mal de Portnoy,
de Philip Roth), personajes en los cua-
les la sabiduría parece esconderse de-
trás de la estupidez (Las aventuras del
buen soldado Svejk, de Jaroslav Ha-
sek). Y, por supuesto, locos5. A todos
ellos y a muchos más los encontramos
en novelas y obras de teatro6.
El francés Antoine de Rivarol (2012)
armaba que una palabra es solo una
reunión de letras. Hay mucho de rea-
lidad, pero también mucho de escep-
ticismo y cinismo en esa armación.
Siguiendo su lógica, podría decirse
que una novela es solo un inmenso
conjunto de palabras.
Si así fuera, si la novela fuera tan
solo palabras reunidas, tendría que
llamarnos a asombro que la acumu-
lación de nombres y pronombres, ad-
verbios, sustantivos, conjunciones y
verbos en diferentes tiempos, acumu-
lación dispuesta por la mano del es-
critor y guiada por las imágenes que
pululan en su cerebro, termine dan-
do lugar a una obra en la que lo más
humano de la condición humana (es
decir, los sentimientos, las pasiones,
las ilusiones, esperanzas y desenga-
ños) es expuesto de un modo tal que